Te invitamos a conocer la historia de Marce Castillo. Una chava llena de vida y fortaleza.
Nací el 27 de febrero de 1990, en San Luis Potosí, con una mamá preocupada, pues había tenido un embarazo difícil y un papá que sin saberlo, sería mi coach de vida…
Ese día, mi mamá recuerda que los doctores le dijeron que yo estaba en observación, pues algo no iba bien… al poco tiempo le dijeron que pasaba: Sin tibia y peroné en pierna derecha.
Todavía al día de hoy nos dan vueltas en la cabeza algunas teorías del porque había pasado esto, sin embargo, hoy creo que así tenía que ser.
Desde muy pequeña mis papás dejaban días de trabajo y solos a mis hermanos en la casa, para llevarme al hospital a la CDMX y aunque no eran muy alentadoras las noticias, aprendí a caminar en prótesis y ahí comenzó todo un historial clínico que siempre apuntó a una amputación.
Me pude haber aferrado a conservar un pie inservible que a la larga me causara otros daños, como un desnivel completo de mi cuerpo, problemas de espalda, de cadera … Claro que pude, no tomé la decisión hasta que termine la prepa, porque mis papás aun sabiendo que era lo mejor para mí, esperaron a que yo tomara la decisión…
Y así fue como el 2 de julio del 2008 me amputaron parte de mi pierna derecha…
Antes de la cirugía yo ya estaba muy bien adaptada al uso de prótesis…pero ya sin pie, fue un panorama muy diferente que yo no tenía contemplado… para empezar la espera de mi cicatrización… soy desesperada por naturaleza así que a los 4-5 meses de no poder salir, me arranque una costra que me costó otra cirugía, también me gané otros 3 meses de reposo; muletas, aprender a bañarme en un solo pie, días de visitas y mucho apoyo, para que por fin me tomaran medidas para una nueva prótesis.
Me dolía, los primeros días no aguantaba mucho tiempo la prótesis, poco a poco fui otra vez agarrándole amor a mi pie, a mi condición, a las circunstancias.
Recibí mucho apoyo en todo momento, me sentía segura de lo que iba a pasar, pero también tenía mucho miedo.
Ya en casa, mis amigas no me dejaron sola en ningún momento, iban, estaban toda la tarde acostadas conmigo en la cama viendo películas, me peinaban, me ayudaban a bañarme, se quedaban a dormir. Mis amigos con ganas de elevarme el ánimo, llegaban con su guitarra a darme conciertos personalizados a pie de cama… Mi novio en ese entonces, que hoy es mi esposo, aprovechaba sus clases libres o su hora de receso de la uni, para hacerme de desayunar y desayunar conmigo… Mis papás siempre ahí, en medida de sus posibilidades acompañándome, mi mamá preguntándome que se me antojaba de comer, mi papá dándome sus mejores consejos, pues en el mundo de las curaciones y adaptaciones caseras a una prótesis, es un crack.
Mi papá tuvo un accidente cuando era joven, una noche se desmayó bajándose del tren, nadie lo vio caer, hasta que se escucharon sus gritos de dolor en la madrugada, cuando ya había pasado otro tren, llevándose sus dos piernas.
Esta historia hace darme cuenta todos los días, que soy afortunada, me fui mostrando tal cual soy, sin querer taparme todo el tiempo, sin aferrarme a caminar perfectamente, sin exigirme demasiado pues ya había pasado 18 años de mi vida sin disfrutarlos… la ropa que me gustaba no es que no la pudiera usar, es que no me gustaba lo que veía en el espejo, pedía ser aceptada sin aceptarme a mí misma.
Recuerdo como odiaba los días en los que me tocaba ponerme el uniforme de falda en la escuela, así como recuerdo la cara de algunas personas cuando iba por la calle, era muy incómodo no querer voltear a ningún lado por no lidiar con otras miradas y me acostumbre a ir por la vida con audífonos para no escuchar lo que decían.
Hoy lo entiendo, la curiosidad es completamente normal, al día de hoy incluso me gusta hablar del tema, voltear atrás y ver que paso a paso he ido avanzando en este camino largo y complicado del amor propio, de la empatía, algo que se desarrolló en mí por default.
Aún no existía la palabra bullying, y yo ya lo padecía todos los días. En la escuela escuchaba como se referían a mí como: la coja y lo único que hacía era llorar y esconderme, así fue mi infancia, mi pubertad y parte de mi adolescencia.
En la escuela mis quejas no pasaban más allá de con mi maestra, nadie hacía nada. Por el contrario, el colegio habitualmente hacia festivales con obras de teatro, bailables, actividades de deporte, en las cuales nunca participe, no era tomada en cuenta, no me dejaban ni intentarlo, cuando sabía que podía hacerlo.
He aprendido también de inclusión, pero la verdadera inclusión que no es por lástima, la que de verdad se pone en tu lugar y te hace sentir completamente apto para poder hacer cualquier cosa.
No como cuando vas al banco que se dice ser inclusivo y tiene una fila para personas con discapacidad y no puedas hacer uso de ella sin antes pasar por el ojo crítico de una persona que te dice: que discapacidad tienes? No se te nota… A ver, muéstreme… Incluso me han llegado a decir, que no parezco tener retraso mental, ni ando en silla de ruedas como para hacer uso de ese privilegio/derecho.
Imagínate a una persona que se la pasaba tapándose y que en un lugar con mucha gente le pidan que se exhiba y se levante el pantalón para verle la prótesis y creerle… De esa inclusión ya tenemos bastante.
Y es un problema social, y yo creo o al menos tengo fè en que no es la falta de conciencia en la sociedad, es la falta de empatía y también de conocimiento.
En pleno 2021 la gente sigue creyendo que si no piensas, comes, caminas por tu propia cuenta, entonces no eres un discapacitado.
Por último, he aprendido de resiliencia, ya no me pregunto más: porqué a mí?... Y no ha sido un trabajo fácil, pero la pregunta ahora es: para qué me pasó esto a mí?
Y la vida me ha dado las respuestas… Valoro mucho el valerme por mí misma, poder ser una persona útil, tener la capacidad de conservar un trabajo y las ganas de seguir aprendiendo de ello, el formar relaciones sólidas, entrañables, saber quién sí y porqué, y también quien no y porqué…
Me ha mostrado que el amor a una madre a un padre, no es cuanto te ha dado o que tan fácil te han hecho la vida, es lo que aportan en ti, las enseñanzas, eso es invaluable.
La vida me ha puesto aquí y ahora, siendo madre de una niña maravillosa e inteligente que solita ha forjado su sensibilidad para con otras personas. Renata, mi hija, llegó a este mundo definitivamente para abrirme los ojos, para darme una cachetada a la realidad que yo quiero con ella.
Es todo lo que yo no soy y trato de que viva su vida como yo hubiera querido vivirla.
Ella me sigue enseñando todos los días, me ama como soy y me lo hace saber constantemente haciéndome dibujos. Nada le asusta, es defensora no. 1 de su mamá, de su papá, de los animales y cuidado si sueltas un comentario despectivo hacia cualquier persona, Renata no se va a quedar callada. Su alma libre sin duda, me hace querer ser una mejor persona para con ella y los demás.